Libros. Top 10 al rándom. 
  
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El que acecha en el umbral, de HP Lovecraft. Lo leí a los 13 años, aterrada en una habitación aun  decorada con mi estilo de infancia (paredes rosas, marcos de puertas  violetas y cortinas floreadas con volados). Tengo la imagen de la tapa  tatuada en la memoria: blanca y con un dibujo muy lineal de un ser  horrible con joroba que yo sabía que había hecho el mismo  Lovecraft. Toda la casa dormía. Cada ruido era como un golpe a la  paranoia y las sombras de los rincones, sospechas fatales. Llegué a  creer, como Lovecraft, que lo que pasa en  sueños es tan real como lo que sucede en la vigilia. Conocí el  insomnio. Al terminar cada página iba a suplicarle a mi hermanita que me  dejara meterme a su cama, estar en su cuarto amarillo, luminoso y  libre de monstruos. Siempre decía que no y yo  siempre seguí leyendo. Terminé el libro en tres noches, después pinté  todo mi cuarto de rojo y conseguí 
El caso de Charles Dexter Ward.
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Mujercitas, de Louisa May Alcott. Tenía 10 años y fue la primera vez que un libro me hizo llorar, lágrimas y mocos que  limpié con mi remera de Sarah Kay
. Lo leí  acostada en el piso de mi habitación, que tenía una alfombra de pelo  pinchudo y verde que me dejaba grabada su trama en la panza y los  antebrazos después de cada sesión. 
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El mundo según Garp, de 
John Irving.  Lo leí a los 32 años en colectivos, 
subtes y todo tipo de medios de  transporte urbanos. Fue el libro con el que aprendí a caminar por la  calle mientras sigo leyendo. Tengo muy presente una caminata por la  calle 
Humberto Primo entre la 9 de Julio y 
Balcarce: ahí leí parte donde  cuenta la historia de 
Ellen James. 
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Expiación, de Ian McEwan. Fueron cuatro días en el Delta y a la vez en Inglaterra.  Tenía 33 años y también estuve en la Segunda Guerra Mundial. Fue un  libro gordo leído como si fuera un 
fanzine. Me sentaba en el muelle  sobre el 
Carapachay con el ruido de los patos y las lanchas hasta que  dejaba de oírlos. Lo terminé tirada en el 
pastito del costado de la  casa mientras mi hijo pedía que hiciéramos algo "con más acción".
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Justine, del Marqués de Sade. Se lo robaba a mi padre de su biblioteca, leía y  lo volvía a guardar. Fue durante las tardes de mis 12 años, en días de  semana cuando no había adultos cerca. Me excitaba que sea una lectura en  secreto más que el contenido del libro en sí que, más que nada, me voló  el balero política y moralmente. Cuando mi viejo me descubrió (porque  siempre se enteraba de todo lo referido a los libros) me dijo, la  bestia: "
Salteá las partes en las que habla de política y religión,  
concentrate en el resto". O sea... el sexo. Puro y duro. 
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Galápagos y 
Payasadas, de Kurt Vonnegut, más 
Los oscuros años luz y 
Los hermanos de la cabeza, de Brian Adiss. Tendría más o menos 20 años y vivía de garrón en el  consultorio de mi padre, en un cuarto del fondo en donde él tenía, entre  divorcios y casas, abarrotada toda su apetecible biblioteca. Era una época en que había persistentes cortes de luz que duraban noches completas. Yo  volvía tarde de trabajar  y me ponía a leer a la luz de las velas hasta que se hacía de día. Son  cuatro libros muy diferentes de dos autores muy distintos y sin embargo,  para mí, son hermanos entre sí.
Películas.  Top 10 al rándom.  
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Pulp Fiction, de Quentin Tarantino. La vi cuando la estrenaron a los 21 años, creo, en  el cine General Paz de 
Núñez un día de pasada rumbo a mi casa. No  sabía qué iba a ver, no esperaba nada porque 
Tarantino todavía no era Él  (con mayúsculas). Mi primera vez sola en un cine. En la escena en la que violan a 
Marcelus Wallace me empecé a comer las uñas y una 
*viejademierda* sentada al lado mío  me sacó la mano de la boca y ME RETÓ en plan "no te comas las uñas,  nena". En pantalla, 
Bruce Willis revoleaba un sable y en la butaca, yo contesté:  "Señora, me meto la mano donde quiero y si sigue 
jodiendo, se la  meto a usted". Un 
pibe que estaba atrás me palmeó la  espalda y dijo "aguante, rubia".  
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Titanic, de James Cameron. Tenía 24 años. Estaba sola y deprimida en España. Vivía  de prestado en una casa llena de caca de gatos que no eran míos en las afueras de Madrid. Cada  noche cruzaba a una  especie de 
shopping clasemediero con salas de cine a ver la función de las siete. También vi, en esa saga de tristeza y  evasión, 
The game, de David 
Fincher y 
Sé lo que hicieron el último verano.  
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El exorcista, 
de William Friedkin. Tendría 12 años y la vi comiendo naranjas después de cenar mientras mi madre paseaba al perro y mi padre arreglaba algo en  el patio de casa. Comencé a oír un ruido que venía desde la terraza subí la escalera aferrada al cuchillo de punta redonda. Vi un gato negro sin orejas que me dijo, maullando, "nadie me abre". Los ojos amarillos le brillaban en la oscuridad. Volé escaleras abajo rumbo a la esquina a  buscar a mi mamá. Para tranquilizarme, me acompañó a ver que pasaba  y fue a la terraza armada con el perro. porque dijo que el cuchillo corta naranjas no iba a ser efectivo. Ella vio al gato, pero no lo oyó hablar. El género de la anécdota es: para mí terror, para mi madre suspenso y para mi padre, que  nos vio pasar corriendo arriba y abajo con armas absurdas una y otra  vez, comedia.
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Carrera mortal o 
La carrera de la muerte año 2000. Me refugiaba en Sábados de 
superacción para que no  me obligaran a jugar con los hijos de los amigos de mis papás que se  empeñaban en hacer reuniones. Tenía 10 años. Fingí que me 
re  interesaba esa peli de autos y pum: me 
re interesó de verdad. 
Kung fu, 
Rocky,  ciencia  ficción y un toque de terror... Adoro el recuerdo e esa película que no  quiero volver a ver por temor a que sea horrible y malísima.
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María de oro y el perrito azul. Es un 
dibujito  animado que no es de 
Disney. Lo vi en el cine con mi mamá cuando era  hija única y ella era toda para mi y me llevaba a ver 
pelis que,  después, decía que le gustaban tanto que menos mal que me tenía para  usarme de excusa y poder verlas. Eso me llenaba de alegría. Fue a mis  3 o 4  años y me acuerdo del pelo rubio de María y a mi mamá  cuando me decía que yo me parecía. También me acuerdo que 
cantabamos la  canción, pero ya no tengo registro en la memoria de la letra o la  música. En la misma época vimos las dos solas y en endogámica  complicidad 
Bernardo y Bianca (que sí es de 
Disney, pero también nos pareció lo más). A mi mamá y a mí nos pareció
 lo más. Ella y yo solas y ni una hermana.
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La película de Village People. No me acuerdo cómo se  llama, pero la fuimos a ver al cine con mi papá, mi mamá y mi 
hermanita  cuando yo tenía seis años y ella dos. Sobre los títulos finales ponían una canción  
hitera por los parlantes del cine y todos salían de la sala bailando,  incluidos mi padres que eran jóvenes, hermosos y re 
ochentosos.
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The Doors, de Oliver Stone. La vi en el cine cuando se  estrenó. Tenía 16 años y fui con una amiga. Me acuerdo que todos poníamos las  patas en las butacas y nadie nos decía nada. Unos chicos sentados atrás  nuestros se pasaban una petaca de 
whisky y nos convidaron. Me sentí grande, 
trash y muy en mi piel. 
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*Laura Wittner explica que para escribir su post se inspiró en el mini corto Diario de  un espectador de Nanni Moretti, en donde el director cuenta  dónde y con quién vio algunas películas. Nuestra tomadora de café favorita se inspiró y compartió su lista con libros. Yo, que soy una empática entusiasta, hice mi  lista de las dos cosas. 
-Algunos de estos libros y pelis están entre mis más adorados, pero otros sólo porque recuerdo cuándo y cómo llegaron a mí  (lo que los hace, en cierta forma, más queridos)-