En mi techo que es el piso de otros todo el tiempo hay pasos demasiado decididos, muy firmes y rotundos. Se clavan, taconean, zapatean. Hacen un tipo de pum que no es propio ni propicio, que no-quiero-no-me-gusta pero escucho. Aguanto. Siento. No hay remedio.
Me tiembla la lámpara y retumban las paredes justo cuando se me acelera el corazón.
 
 
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