Nada. La veo flotar entre las góndolas de productos congelados y deslizar, dentro de su chango repleto, seis paquetes de canicama que acomoda prolija, amorosamente, arriba de los cuatro packs de agua mineral.
Todo. Le huelo el perfume picante que deja en el aire al pasar, veloz rumbo a la caja y me enceguecen las botas tan nuevas que hacen juego dorado con su vestido de shopping.
Algo. Le intuyo su jornada, sus uñas cuadradas, terminadas en manicura me dicen cosas cosmopolitan y el pelo planchado pero atado al paso me cuenta que hoy la señora que limpia no fue a trabajar.
Anillos. Sobre todo el verde de piedra enorme que vive en su mano izquierda le dificultan, pero no, no le impiden a la esposa del nuevo gerente de sucursal sacar de su billetera de cuero la extensión de la golden card.
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