Llamó por teléfono. Pasaban más de 40 minutos de lo convenido, pero eso no importaba. Nada, en realidad, se puede convenir ente ellos. Ella elige no llorar, pero no puede evitar hacerlo. Casi dos horas NY-BS AS que dejan de resaca un nudo en la garganta, la mirada perdida en un punto fijo del techo (“del cielorraso”, dijo él) y el corazón agotado de tanto desencuentro.
Volvió a llamar para “no cerrar por e mail”, para “estar con vos un rato más”. Él se queda caminando en su departamento y ella tirando lágrimas por la ventana. Y “te amo mucho”, “sos el amor de mi vida”, “quiero enroscarte los pies con mis piernas”, “fumar en la oscuridad mientras dormís”, “ser tu novio”, “salir a pasear juntos”, “irnos de viaje”.
La tristeza es por la imposibilidad. Pero atrás viene la bronca, esa suerte de enojo. Es que ella no cree en los romeos y las julietas. Igual entiende que los trabajos, las ciudades, las esposas, los hijos, los novios, todo, hacen que a él le parezca irrealizable. “Me cago en el guionista de esta historia de desencuentros, maldito sea el director de esta comedia dramática… Agarraría las riendas del asunto yo, para torcer el destino a mi gusto, si pudiera”. Esa frase no salió así de valiente, quedó dicha a medias, perdida entre arrumacos y potenciales posibilidades.
“Ahora cortamos y mañana te vas a trabajar y a vivir tu vida y yo a leer tus viejos mails y a hacer mis cosas y nos perdemos otra vez en el tiempo”. “Vos sos mi parque nacional, mi mujercita hermosa”. “Vos sos el amor de mi vida: eso sos”. Congoja.
Y se va a dormir, pero no puede cerrar los ojos. El estomago es una bola que no va a aflojar nunca. La pregunta que no se animó a hacer es: “¿Cómo volvés a tu vida, con ella, y sos feliz? Porque a mí me cuesta tanto acomodarme a ese extraño que no sos vos… Y lo hago, lo hago porque no me dejas opción”
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