La pelea fue por algo cotidiano, él no quería lo que había para cenar y decidió hacer huelga de hambre, indignado en su cuarto. Comí sola, oyendo pequeños pasos furiosos que iban y venían, su vocecita mascullando cosas como "ya vas a ver".
Un rato después, ya reconciliados porque el hambre puede más que un capricho y con la panza de nene llena, él deja caer una carta que tenía en la mano y pone cara de espanto. "No la leas, mami, no la leas". Con letra de niño toda mamarracho, leo igual: "Tevoiamatar. tonta", firmado por un tal Llan Citara. Él, angustiado, dice: "No es para vos". Le pregunto quién es Llan Citara. Explica que es un "personaje", alguien que inventó para "jugar a decir cosas". Le cuento que cuando estoy triste o enojada también escribo para que se me pase. Reconoce, finalmente, que la carta era para mi. Pactamos que de cena nunca más voy a hacer sanguches calientes, aunque haya elecciones, y que él va a seguir escribiendo sentimientos, incluidos los que son amenazas para su madre, siempre y cuando me los deje ver.
Ahora él está en la escuela y yo veo en la mesa del patio una hoja con un monigote con ropa de verano, arriba dice "yomevisto". Esta mañana lo obligué a ponerse gorro y bufanda. Llega en un par de horas a casa y lo espero con una merienda de golosinas, una caja de marcadores nuevos y un bloc de hojas blancas, listas para escrachar.
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