viernes, 6 de febrero de 2009
Ojalá no lo leas
Tu amiga la conchuda hoy saludó a alguien que estaba cenando conmigo en una cantina barata muy lejos de casa. Me la presentaron amablemente. Hice un fondo blanco de vino tinto y puse cara de no te conozco. También hubo en mí un gesto de asco, y dolor. Dejé la bondiola sin terminar. Mollejas, no quise. En el taxi de vuelta al sur lloré unos lagrimones que bajaron como locos, a toda velocidad, desde detrás de mis anteojos nerds hasta el escote de mi vestido vintage. Paseo Colón pasaba por la ventanilla hecha rayas, sin foco. De fondo sonaba una especie de bolero que decía algo como "la tristeza te encuentra cuando menos la esperas" y me sentí un cliché, como si me hubieran sacado de mi película indie para meterme a la fuerza en una de Almodóvar. Cuando me cuento estas cosas de esta forma y me imagino protagonizando largos en Nueva York o París logro verme como de afuera y entonces me pasa que me inmunizo, nada me toca y todo lo dañino queda lejos, se va, o está pero no me interfiere. Simplemente lo relato. Esta vez no pude. No puedo. No sé. Y sino mirame acá, cualquier hora, escribiendo esto, tratando de encontrar un exorcismo online. Mañana ya voy a volver a ser otra vez yo. Dejá.
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