miércoles, 17 de diciembre de 2008

Por momentos quisiera ser más cinematográfica (o menos)

Camino por las calles de San Telmo, por la vereda de la sombra, y nada me detiene, ni siquiera las necesidades momentáneas, como por ejemplo la de fumar ese cigarrillo que pongo en mi boca con un solo gesto mientras sigo andando y prendo a pesar del viento, al que dejo jugar un poco con mi vestido negro.
Doy esa primera pitada que quema adentro, inhalo profundo y disfruto del gusto a humo. Este es el momento en el que debería empezar el soundtrack, siento, y hasta imagino una melodía un poco rockera, bastante indie, muy urbana, aunque sutil. Hay una guitarra que tendría que estar empezando a sonar ahora, pero mi guionista es bastante cínico.
Aquel viento amable se enreda en mi pelo largo y lo arroja sobre mi cara, de pronto hay olor a quemado, como a mala tintura o permanente berreta. La falda se embolsa y empieza a subirse, presiento que voy a quedarme pelada y desnuda por las calles de San Telmo, ahí en la vereda de la sombra por la que camino.
Pero como nada me detiene, sigo. Como igual siempre puedo, hago un gesto único, terminal, que me salva del exhibicionismo y también rescato el peinado. A la brasa ardiente ya no llego a contenerla y ella decide salir fuera del cilindro que la sostiene, volar libre una fracción de segundo y volver hacia mí a toda máquina. La veo venir, es un primer plano, primerísimo, de cómo violentamente se mete en uno de mis enormes ojos verdes. Me quema apenas la retina pero no es nada, ya pasa, dejá, dejá.

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