Yo caminaba inmersa en mi música. PUM para acá, PUM para allá y entonces ventana que me CHAN. Estaba un pibe sentado en un bar de Palermo, detrás de su laptop. Apenas se le veía ese peinado que reconozco y unos dedos como los dedos que salen de manos determinadas. Me quedé ahí parada-quieta-estaca y miré. Me viste. Nos vimos. Una valentía ridícula me llevó hasta la puerta, pero me quedé aferrando el picaporte. Un minuto, dos, tres. No entré. Me fui. Seguí. Me olvidé.
En el camino de vuelta ese bar seguía ahí y la ventana, obstinada, me mostraba lo mismo. Volví a desafiar al picaporte, me temblaba el estómago, esta vez sí entré, se me aflojaban las piernas, caminé derecho hasta la mac plateada, me sudaba la espalda, me mirabas avanzar. Mi corazón jugaba a ser alien tratando de salir por el plexo solar. Te clavé la vista en los anteojos.
Estaba un pibe sentado en ese bar de Palermo, detrás de su laptop. Tenía ese peinado, unos dedos, manos determinadas y levantó una ceja. Era otro que no eras vos. Y yo, que sí era yo, le dije PUM, di un giro gracioso sobre mis talones, acaricié el picaporte de la puerta al salir y volví a zambullirme en mi música. Ruidos y ritmos todos míos me llevaron nadando, como a un pez de colores en un río fresco, directo hasta el sur.
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