domingo, 4 de marzo de 2007

Y no vuelvo más

Entonces marco el número, aunque los dedos se me nieguen, ensayo en mi mente un moderno y despreocupado saludo, llama, respiro hondo, anticipo mi frase demoledora, esa que va a decir tanto en tan pocas palabras y atiende. Atiende pero no puedo terminar de escuchar su “hola” que una gota de instinto de supervivencia me hace cortar. Le corto, sí. Voy al baño, me peino, me miro al espejo, me lavo los dientes maniáticamente, me seco la cara y pienso que fui tan cobarde, que lo mejor es decirle y llego a creerme capaz de hacerle entender, en una sola frase, que me perdió. Vuelvo a discar ese número que ya me sé de memoria, suena una, dos, tres veces y pum, otra vez le corto. Justo antes de salir a la calle, con destino a un viernes a la noche, tres ideas me golpean como un rayo de luz después de un largo encierro:

1) No quiero esto para mí, 2) aunque me cueste admitirlo, con 33 años de vida finalmente me convertí en esa inexplicable loca que llama y corta y 3) la entiendo, juro que la entiendo.

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