Él se volvió a poner sus mocasines, como si nada.
Que ya no le importen mis principios estéticos me dice mucho.
Me resulta casi anecdótico que se haga el lindo, que falten en mi casilla sus mails chichoneros y me apena un poco pero no me preocupa que nuestras escasas charlas telefónicas sean decepcionantes.
Pero esos zapatos marrón clarito... Esos zapatos setentosos con lengua y sin cordones me lo dicen bestialmente: lo nuestro terminó.
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