Coronando el postre de mi desgracia me encuentro en la heladería con el único ser humano que sabe de nos.
Te nombra, cómplice y malicioso, para ver qué cara pongo. Cara de chica cool le puse. Esa cara.
Ojalá que te diga que estábamos dos parejitas compartiendo delicias congeladas en la plaza de Palermo: nunca sabrás que nos encontramos de casualidad tan solo mi prima, el marido de mi amiga, su compañero de trabajo y yo. Nunca nunca.
Te deseo dolor de muelas, hongos olorosos en los pies y que vivas el resto de tus días rodeado de gente que no te quiera de verdad.
Maldita modernidad o, como dijo Robert Plá: Maldita ciudad.
Maldito vos.
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