Me doy cuenta de que es cuestión de barrios. De Rivadavia para acá (el sur), la gente es más a-la-que-te-tiró: te dejan en paz, no te miran si vas con ropa fuera del uniforme cotidiano esperado para una chica con un bebé, te dejan pasar, te dan el asiento y demás amabilidades como algo natural y, en mi barrio al menos (el glorioso Parque de los Patricios), los vecinos te saludan al pasar con hermosas sonrisas. Incluidos piropos harto graciosos, de la calaña de: "Nenaaaaaa, ¿querés que hagamos otro de esos?", en referencia a mi bebé, dicho por un pibe colgado de la ventana de un camión.
Me gusta vivir por acá y me adapté rápido y fácil. Se respira otro aire, despojado de posturas y actitudes. Una murga baila en la plaza y un perro huele el cordón de la vereda.
Sin embargo, si me gano el quini, vuelvo como un bumeran pal norte, me mudo a Palermo Hollywod, me olvido de todos los beneficios de mi barrio privado pobre y me dedico a odiar libremente de Rivadavia para allá.
Esasí.
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