De las tres
computadoras que hay prendidas en este bar, sobre las mesas de madera suave, la mía es la más
punk. Así negra y ya, las letras de las teclas borradas de tanto
tipi tapa y el "ti" final del "
Olivetti" plateado que da marco a la pantalla que hace rato ya no está. No es chiquita onda
pocket ni grande en plan "acá hay mucha
info importante". Tiendo a creer que es por eso que el mozo no me atiende tan bien como al resto, quizás es por mi
pecé trash que no me trae una carta y pretende, con cara de hastío, que le diga a ciegas si café con
cookie o coca
light con hielo y limón.
Esta mañana fui al kiosco en pijama y
camperón a comprar cigarrillos. En realidad era medio día y el local tipo
drugstore estaba atiborrado de oficinistas buscando
sanguches de polémico origen pero empaquetados al vacío y yo, mi paciencia, los pelos al viento, veo cómo se abren las heladeras y se van los cepitas de naranja hasta que me toca, "el que sigue" dice el chico que atiende y entonces dos nachos me ignoran y con voz de maletines dicen "el completo de milanesa y..." y yo los interrumpo, "la que sigue soy yo", digo. "
Disculpá, no te vi", mano en el hombro de ese chico con pelo pasado por
planchita y su mano en mi hombro, su-mano-en-mi-
hom-
bro, la miro con un costado del ojo, casi no modulo y "te agradecería que no me toques, no nos conocemos", saca su mano de mi hombro y entonces sí, me voy con mis
phillip morris a seguir fijándome si me contestaste mi último estúpido pero tierno
mail.